Tauromaquia
Para conquistar a un poeta debes iniciar el rito del silencio mirándole muy fijo, afinarte en sus sentidos, coquetear con su sombra hasta morderle con furia los versos temblorosos, debes rodearle con cuidado cada palabra hasta cruzar el umbral de sus ojos como el misterio del torero que plasma delante del toro.
Debes escucharle con el corazón pausado, debes adoctrinarte en sus perversiones y respirarle los versos hasta despertarle los latidos.
Para conquistar a un poeta debes aprender el arte de beberle con los ojos, permitir que te beba los sentidos hasta que pueda sudarte en cada uno de sus versos.
Debes consentir el precioso lance de su espada de matar resbalándote en la espalda para que pueda consentir del mismo modo en la faena de dibujarte en cada una de sus fábulas.
Debes entender que el rito de la conquista es el juego de las embestidas donde puedes terminar con el corazón atravesado en la estocada.
Para conquistar a un poeta debes ponerle nombre a tu presencia
Para que no logre trazar una sola línea sin pensar en tu locura.
Que no te basten las ganas de banderillear sus egos e ínfulas tan sólo por diversión y capricho.
Que no te baste descifrarle los códigos,
ni adivinarle en confusiones ni conjuros.
Que no te baste haber aprendido a sobrellevar sus pullas y sarcasmos
recuerda que sus palabras tienen otro ritmo
que ya han hablado antes del tacto
que puede coserte y descoserte
y en cada palabra escrita con la tinta de sus egos
es capaz de poder crear un arte con cada uno de tus misterios.
Para conquistar a un poeta debes aprender a conquistar primero sus silencios, callar sus cantos, describir su historia de lienzos en cada uno de tus embates hasta que te muerda con furia el alma.
Prepararte al fin con el aliento sostenido para el instante final
en que vibran todas las sensaciones en tu capote
para recibir la violencia de cada uno de sus rugidos,
la furia de sus embates
las tempestades de sus ganas
la analgesia de sus versos
y en la embestida furibunda hacerle rodar en la estocada
hasta verle caer desangrado en tu nombre
Y en el ruedo sangrante ser el verbo inmortal
conjugado con sus besos
donde entregarle la llave de tu dolor rondante
Y poder al fin hilarte real sobre su vientre.